El placer de la escritura. El Magacín.
El placer de la escritura. El Magacín.

Voy a disgregar unas cuantas letras sueltas.
Me pongo a pensar ¿Que escribo? ¿Unas cuantas letras locas o cuerdas? O saco a las que están ya recluidas en el manicomio: mis adorables letras sinceras o de empatía.

Por otro lado, ante mis ojos, mis letras han adquirido más importancia. No puedo estar publicándolas todas, pues hay que guardarlas inéditas para diversas acciones como: lanzarlas a concursos o enviarlas de colaboración a revistas como El Magacín o periódicos nacionales y extranjeros, o simplemente publicarlas dentro de un libro.

Situada en tierra firme pronuncié el párrafo anterior, ahora me voy a parar en una nube con un verso en la mano y un poema de sombrero para cubrirme del sol de la realidad, ese astro que hace arder la piel y nos plantea crudamente a la realidad desnuda.

En la nube me recuesto ¡Es tan cómoda y mullida! miro hacia los lados y veo a otras nubes con otros escritores, tienen en sus manos libretas y plumas antiguas, y no paran de escribir. Los saludo y raudamente me miran, para dirigir nuevamente su atención al escrito.

Sobre la nube observo a Rostribook. Es una casa enorme, casi una mansión, y su color es celeste. No hay techo, y veo a todos mis contactos desde la nube, la cual está bajando poco a poco al recinto.

En las paredes veo muchas fotos y a su lado están algunos escritores amigos míos, sentados sobre sus nubes. Cada escritor debe tener su nube, si no, no sería escritor.

Más allá veo a mis familiares, y a mis otros amigos contactos del patio, que no son escritores, pero probablemente sean lectores. Dudo, pues Panamá no es precisamente amante de la literatura, somos cuatro gatos amándola, y si logro ver a más amantes de las letras, tengo que fijar mi vista en la lejanía. Y para ello tengo que sacar de su escondite a los binoculares y las gafas de sol y ver sin la más mínima vergüenza cada movimiento lejano. En ocasiones me desprendo de mi forma corpórea por algunos segundos y mi esencia espiritual entra por el aparato, hasta llegar a esas tierras lejanas.

He pensado también visitar otros planetas, o tomar mis vacaciones en el pasado, a dos décadas atrás, pero… ¿Dónde me quedaría? Si voy a la casa de mis padres: ¿Qué les diría? no les puedo decir, que aquella chiquilla flaca soy yo veinte años después, no me creerían en lo absoluto, pensarían que estoy loca, no hay duda de que lo pensarían.

Mejor será alojarme en un hotel, pero tendré que llevar valores, no puedo llevar dinero pues su numeración aún no existe, y me confundirían con una falsificadora. Llevaré mis joyas de oro y plata y las empeñaré o venderé. ¡Si! Eso haré, pero antes me desviaré sobre mi nube hacia los vecinos de la red social celestial, a la Casa Simple.

El placer de escribir. El Magacín.

El colorido de la Casa Simple es distinto, no tiene color fijo, veo una edificación igual que Rostribook, pero más colorida y segmentada en muchísimos espacios. Me acomodo en mi nube y voy a mi pequeño espacio del espacio simple, y decido alinear y retirar algunos contactos, los cuales no tienen forma corpórea como en Rostribook, sino más bien parecen triángulos muy pequeños.

De pronto tengo curiosidad de ver como luzco yo, y me miro en un espejo que está ubicado al comienzo de la oficina principal. Veo que dentro de ese recinto también adquiero forma de triángulo. En un rincón de mi recinto, veo a mis contactos alineados, destaco a los contactos que me siguen y veo una cantidad precisa. Noto que sigo aún más que esos, luego para establecer un equilibrio normal, borro (con un enorme borrador que tengo dentro del bolsillo) a quienes sigo, solo sigo a quien me sigue. En seguida el triángulo (que soy yo), comienza a corretear a diez triángulos más, que no me quieren seguir o no tienen tiempo de hacerlo y les digo que se detengan y que me escuchen, enseguida me ponen atención y les enuncio que desde este instante ni sueñen que los siga a menos que me sigan, pues tengo orgullo ¡Si señor! Les doy la espalda y quedo cien por ciento feliz, sin un sólo pensamiento oscuro.

Vuelvo a la historia que dejé atrás: mi viaje de vacaciones al pasado. Tendré que tener presente siempre, no cruzarme con ella o sea yo, esa chica ingenua pero recelosa que era yo y que ahora observo objetivamente. Es una rockerita, delgada con el cabello largo y alborotado. A ella le luce muy bien el cabello largo y lacio, o sea su cabello natural, pero veo por la ventana que se está haciendo una permanente.

Al rato la observo con el cabello alborotado, luce como si no se hubiera peinado. La escucho comentar que irá a la discoteca con sus amigas. Ya en la noche la veo salir muy bonita y elegante, maquillada con escarcha fina en sus mejillas y frente, además de un tatuaje falso en su brazo, un tatuaje de agua.

La sigo, pues quiero observarme a mí misma y poder criticarme en secreto. Su vestido de tigresa azul con celeste muestra sus torneadas piernas y un poquito su espalda. El cinturón negro y grueso, bien asido a su cintura. Y se le percibe un aroma de perfume, llamado Café.

Parte con sus amigas en un taxi, son todas muy jóvenes. Cuando llegan al Plateado, lugar ubicado en un centro comercial plantado en la tierra flotante del ayer, ya estoy ahí, viéndola bajarse del taxi junto a sus amigas. Se adentran a la discoteca. En realidad es un evento universitario animado con discoteca, la cual amenizará el baile.

Veo a la chica soltera (que era yo) subirse a una banca para poder ver mejor lo que está sucediendo: fuegos artificiales y gente amenizando. Luego comienza la diversión; música de moda y un sonido espectacular que irradia magia y emociones. Aquella música que pasó, pero que aún está, o sea la música de verdad. Veo al primer chico que la invita a bailar, ella acude y baila con sus tacones, ejecutando pasos de moda increíbles, ella posee una gran agilidad y gracia en cada movimiento. La veo bailar cinco melodías más, con el mismo chico, luego veo en su mirada fastidio. Se aleja del muchacho…

Luego pasados unos dos minutos retoma la acción del baile del brazo de otro chico. Cada melodía la baila, no descansa un solo momento, despliega los pasos de moda y su juventud al cien por ciento. Veo chicas mirándola con envidia, las mismas que yo noté en aquel tiempo y que pensé, sólo eran mi imaginación. Pero ahora veo el porqué de la envidia, sin duda por su figura o sea mi figura, pues eran chicas un poquito pasadas de peso.

Creo que ya me cansé de observarla, no sé cuál es mi afán de cuidarla, si sé que Dios está con ella y conmigo, está con ambas. Ella no es mi hija, soy yo misma. Me iré al departamento, pero antes planearé que haré mañana. Creo que viajaré más atrás, cuando era una niña pequeña de cinco años.

Un artículo de Venus Maritza Hernández
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