La crisis del coronavirus en España
La crisis del coronavirus en España

Por el título «Ítaca» a secas no se podría intuir apenas de lo que trataría el artículo que hoy escribo para esta revista, la crisis del coronavirus en España. Hace meses que no escribo en El Magacín, pero me motivo hoy a hacerlo precisamente para honrar a todos aquellos héroes del pasado, que tuvieron su dirección y camino siempre tatuado en la mente. Llegar al destino era lo primordial y más esencial para la personalidad de los griegos, la forma de ver el mundo y la tierra. Así como Ulises, acabada la Guerra de Troya, tenía en su pleno juicio llegar a Ítaca, su isla madre, fuera lo que fuese, pretendemos nosotros a día de hoy seguir su mismo sendero.


Y es que a Ulises nada le impidió llegar a su objetivo, no hubo olas lo suficientemente grandes, ni monstruos lo suficientemente peligrosos que se interpusieran en su camino para hacer cumplir lo que durante dos décadas anheló. O quizá sí fueron esas olas y monstruos grandes y peligrosos, pero su convicción y modus vivendi le llevaron de la mano de los dioses, a su soñada Ítaca. La figura de Penélope, tejiendo y tejiendo, esperando a que su marido volviera con vida, sano y salvo, para poder reconstruir su vida y tejer nuevas telas es la representación de un pueblo que espera, y que nunca se cansa de esperar. Porque sarna con gusto no pica y esperar por algo bueno no es esperar, sino tener paciencia. Esperar tiene límites, pero tener paciencia sabes que puede ser infinito.

Pablo Iglesias ordena cortar una calle y ampliar el perímetro de seguridad alrededor de su chalet para no tener que escuchar las protestas de los vecinos.


Es a esos héroes de la antigüedad a los que, todavía con la mirada en el pasado y a la vez en el presente, quiero rendir tributo. Dicen que los españoles venimos de los griegos, de los romanos, de los visigodos, de los musulmanes y de un sinfín de gentilicios, nacionalidades y pueblos históricos de los que tengo que decir, no hemos heredado absolutamente nada. Estando atravesando España uno de sus peores momentos, una crisis sanitaria y humanitaria como la actual, con cerca de 28.000 muertos y más de 230.000 infectados por la pandemia del COVID-19, ¿quién ha sido nuestro Ulises? ¿y nuestra Penélope? ¿y nuestro Ítaca?. Tengo que decir, que ni los que se sitúan en la cima de esta pirámide jerárquica tienen un destino o pretensión con nosotros, el pueblo. Vemos como nuestros políticos se tiran los trastos en nuestro congreso (no se nos olvide que es la casa de la palabra, nuestra casa), allí donde se toman las decisiones más importantes que marcan una marcha hacia delante para el pueblo. Allí se han hablado de cosas totalmente irracionales y a veces, incomprensibles. El color de la corbata de Sánchez, el lazo amarillo de Laura Borràs, la casa de Pablo Iglesias e Irene Montero, se han mencionado las palabras ‘cayetano’, ‘fascista’, ‘comunista’, ‘bolivariano’, ‘criminal’, y un sinfín de improperios y descalificaciones que, mientras los sanitarios se dejaban el lomo por salvar vidas, por dar respiradores contados a un número exagerado de infectados y mientras había dos familiares llorando la pérdida de su madre, de su padre o de su abuelo en la puerta del hospital, ellos tenían la cara tan de piedra de seguir haciendo política de mala manera, como si de un corral de comedias se tratase.

La crisis del coronavirus en España

España ha atravesado esta hecatombe con unos sanitarios muy preparados pero con un sistema sanitario dañado por un pasado muy cercano. A su vez hemos tenido que soportar la incertidumbre del qué pasará mañana con un gabinete de gobierno que ha realizado una gestión pésima. Portavoces que hoy dicen una cosa y mañana otra, con un presidente a mando de este enorme barco que en sus ruedas de prensa hablaba mucho y decía poco. La queja va para todos aquellos que, haciéndonos creer que se iban a rasgar las vestiduras por nuestro país y haciéndonos creer que lo estaban haciendo, no lo han hecho. Lo han hecho los sanitarios, médicos, celadores, enfermeras, cuerpos de seguridad del estado, cajeros y un largo etcétera de profesiones que han encarado al virus sin chaleco antibalas y sin rifle. Así como si Ulises hubiera navegado sin timón. Lo peor de todo es que nuestros políticos siguen sin dirección, siguen sin un camino y lo peor es que no entra en sus pretensiones diseñarlo juntos. Panorama nacional el de hacer un escrache a un vicepresidente de gobierno que hace unos meses veíamos como catalogaba de ‘jarabe democrático’ a los escraches que se les realizaba a Cristina CifuentesBegoña Villacís. Todavía ahora, dos meses y pocos días de que se declarara el estado de emergencia en toda España, vemos como nuestro parlamento es un teatro.

La conclusión a la que se llega después de tanto tiempo confinados, es que nuestros políticos, a contrario que Ulises, no tienen un ritmo conjunto, van separados en este largo (y me temo que todavía no acabará aquí) trayecto que supone la lucha contra el virus. Nosotros, el pueblo, somos los que tejemos y tejemos, como Penélope en La Odisea, esperando a que comiencen a navegar con el ritmo que merecemos, todos a una, porque al fin y al cabo, todos somos tripulantes de un mismo barco. Un barco manejado por inconscientes, esos inconscientes que son a la vez capitanes y responsables de todos nosotros y que también son esas olas grandes y esos monstruos que obstruían a Ulises en su navegación hasta Ítaca.

No sé para ellos, pero para nosotros, Ítaca es salir de esta. En sus manos está navegar el barco con el que Ulises llegó a su isla o navegar el Titanic.


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