Ejecución de los comuneros de Castilla
Ejecución de los comuneros de Castilla

El día había amanecido desangelado, desde muy temprano una pertinaz e insistente lluvia había caído durante toda la jornada, los campos se encontraban anegados y enfangados por el agua precipitada, la tristeza de la derrota daba paso a la in misericorde justicia regia para los derrotados. Así comenzó la revuelta de los comuneros de Castilla, era el 23 de abril de 1521, onomástica de San Jorge, en el lugar conocido como Puente “El Fierro” que se levantaba sobre un arroyo, Los molinos, muy cerca, apenas a dos kilómetros de distancia de Villalar, se había librado una batalla desigual entre las huestes realistas, fieles al rey y ya proclamado emperador, Carlos I, y las milicias comuneras levantadas contra los abusos y excesos de Su Cesárea Majestad, ausente de sus reinos en aquellos históricos y trascendentales momentos.


Todo estaba perdido, o casi todo, porque en Toledo, la resistencia de María Pacheco, viuda del capitán Juan de Padilla, se mantendría firme y leal a los anhelos de su esposo hasta el 4 de febrero del año siguiente. Sin embargo, el sueño de libertad y defensa del Reino de Castilla ante los abusos de los depredadores flamencos, los excesos de lo grandes señores y la falta de respeto e escaso interés real por los asuntos de sus reinos peninsulares, se convertía en dramática y triste derrota en el campo de batalla

Atrás quedaban, escritos para la historia, los acontecimientos vividos en lo que dio en llamarse la Guerra de las Comunidades (1521/1522). Como reza el romance de Los Comuneros, obra  del autor berciano de Luis López Álvarez, “Desde entonces ya Castilla / No se ha vuelto al levantar”.

La revuelta de los comuneros de Castilla

Desde la salida de la fortaleza de Torre de Lobatón (Torrelobatón. Valladolid), en manos de comuneras, precipitada, desorganizada y caótica, todo hacía pensar en que la suerte estaba echada. Los sublevados, aterrados por la presencia de las mesnadas realistas, acantonadas y reunidas en Peñaflor de Hornija, a seis kilómetros de distancia, iniciaban una difícil, sino imposible, maniobra de retirada intentando ganar Toro, todavía sublevada.

Castillo de los Comuneros de Torrelobatón
Castillo de los Comuneros de Torrelobatón

El camino a recorrer era largo y la caballería del IV condestable de Castilla, Fadrique Enríquez de Velasco, advertida de la maniobra enemiga, ya había iniciado su persecución. Cincuenta insufribles kilómetros debían salvar en  tan adversas circunstancias.

La orden de retirada

La orden de retirada fue dada por Padilla, capitán general de los comuneros, que desde el primer momento encontró enormes dificultades para que sus órdenes fueran obedecidas por sus aterradas y desmoralizadas tropas. Su afán de mantener la disciplina apenas surtía efecto entre sus hombres, más pendientes de ponerse a resguardo que de mantener un repliegue ordenado. De hecho, ya se habían producido algunas deserciones, muchas provocadas por la falta de cobro de la soldada estipulada.


La zona escogida era tácticamente caliente, delicada. Tordesillas, en donde residía cautiva la reina, Juana I, estaba en poder realista. Medina de Rioseco también era dominio del III almirante de Castilla, Iñigo Fernández de Velasco, leal a Su Majestad sin condición. Valladolid acogía la Junta, órgano de gobierno de la Comunidad.

Comuneros de Castilla partiendo a la batalla
Comuneros de Castilla partiendo a la batalla

En Peñaflor de Hornija habían sumado sus fuerzas los grandes señores de Castilla que, sabedores de su superioridad, no querían perder la ocasión de ganarse la confianza y los favores del joven monarca. En definitiva, un escenario arriesgado y complicado por el que retirarse. Toro se encontraba a cincuenta kilómetros, es decir, a unas cinco horas con buena marcha.

La derrota de la revuelta de los comuneros de Castilla

Antes de que salieran las primeras luces del alba, de madrugada, iniciaron los jefes comuneros su particular calvario, su camino de perdición. Atravesaron Villasexmir, Gallegos y Marzas, pero llegando a Vega de Valdetronco, Padilla, consciente del inminente encuentro, intentó infructuosamente dar orden de combate. Pretendía desplegar sobre el terreno a su infantería y a su artillería. Sin embargo, la ejecución de su táctica no tuvo éxito, pues la comunicación con la vanguardia de su ejército fue imposible, dado que ésta intentaba llegar a Villalar donde ofrecer resistencia. La lluvia, que en aquellos momentos arreciaba, impidió toda esperanza de triunfo. Unos huían hacia Toro, algunos llegaban a Villalar, otros se rendían de forma inmediata y muchos, con escasa fortuna, plantaban cara a la caballería que les impedía refugiarse en la cercana localidad de Villalar.

La ejecución de Bravo, Padilla y Maldonado

El desenlace del enfrentamiento fue rápido, breve, con una resistencia menor a la esperada por los realistas. De hecho, cuando llegó el gobernador y representante del rey en su ausencia al lugar de los hechos, el condestable, la lucha ya había cesado y los capitanes Francisco Maldonado, Juan Bravo y Juan de Padilla, por este orden, ya habían sido apresados, no sin ofrecer pelea, como era menester en tan bravos y arrojados soldados. La orden dada era capturarles con vida, con el ánimo de proceder contra ellos de manera ejemplarizante. La sentencia de muerte ya había sido sellada previamente, solamente faltaba proceder a su captura e inmediata ejecución pública.

Fueron trasladados a la  cercana fortaleza de Villalbarba, donde apenas pasarían unas horas, mientras los señores reunidos decidían sobre el lugar y el momento de la decapitación. Finalmente, al  día siguiente, fueron conducidos de nuevo a Villalar, en cuya plaza Mayor –hoy plaza de España-, habían levantado un patíbulo en el que cumplir con la sentencia. Juan Bravo, Juan de Padilla y Francisco Maldonado, eran ajusticiados.

Con su muerte se desvanecía el sueño de muchos castellanos que habían visto, con esperanza y júbilo, una posibilidad de alcanzar mayores libertades y defensa de sus derechos ante la insaciable e insufrible voracidad de los señores a los que por obligación, sin vocación ni convicción, servían y tributaban.

Desde ese día, 24 de abril de 1521, se iniciaría una severa y dura represión contra todos aquellos que habían osado sublevarse contra su rey y señor, Carlos I de España, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.

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