Relato de Peter R. Vergara Ramírez. El Magacín.

Al despertar esta mañana como a las 6, apenas abrí los ojos supe que no iba a ser un día normal. El malestar perenne en el cuerpo, el desánimo diario al levantarme, la aburrida idea de otra jornada más, no era la mejor alternativa para levantar mi decaído espíritu. Pero tratando de infundirme una alegría que distaba mucho de sentir, salí de mi cama, directo a las tareas de aseo, rutinarias como mi existencia vacía.

Mientras me tomaba una taza de café, leyendo el periódico que el joven porteador había dejado como siempre tirado frente a mi casa, no pude evitar el recordar una época de mi vida que creí olvidada.

Mi niñez. Una época en la que corría con mis amigos de la escuela, participaba en los juegos de deportes, aunque nunca fui muy bueno en la práctica de los mismos; entraba al salón de clases, pero las materias escolares no entraban en mi mente, los regaños de mis profesores porque siempre mi pensamiento estaba distante, las asignaciones que invariablemente mi madre terminaba de hacer ya que al llegar a mi casa iba directamente a encender el televisor, el acostarme temprano porque al otro día había clases, y todas esas pequeñas y grandes cosas que conformaron mi niñez, y que ahora, sin saber por qué, asaltaban mi corazón esta temprana mañana del domingo mientras leía el periódico.

Cuando niño, todo lo que anhelaba era jugar, divertirme, no pensar en nada, porque, al fin y al cabo, mi niñez se componía de todo, y de nada. Mi única responsabilidad era conmigo mismo, y era el ser feliz sin importar nada.

«Todo, se extravió en aras de cosas más importantes que nunca llegaron.»

Eso era la felicidad para mí, cosas pequeñas que se erigían en un todo conformando mi existencia de temprana edad, pero que con el transcurso de los años y de las décadas, se convirtieron en hermosos recuerdos de un ayer que inexplicablemente, estoy añorando en esta mañana del domingo, solo, en la inmensidad de una habitación que me devuelve la mirada que poso sobre ella sin respuestas a mis preguntas:

¿Qué paso con mi vida? ¿En qué momento perdí la inocencia y alegría de mi niñez para convertirme en un adulto amargado?

Al encontrarme con mi soledad existencial de lleno en esta mañana del domingo, recordé todas esas cosas bonitas, los amigos entrañables, la familia unida en las ocasiones festivas, el primer amor que nunca se olvida, también la primera decepción amorosa que te marca de por vida, mi primer empleo, el disgusto inicial con el jefe por no seguir sus instrucciones en una tarea, el torpe comienzo de mi primera cita amorosa con la mujer que luego se convertiría en mi esposa y madre de mis dos hijos, todo eso, en breves minutos, recordé con tristeza en esta mañana.

Y no pude evitar el llorar, llorar por lo perdido, por los errores cometidos, por las personas que ya no se encuentran a mi lado, por la esposa que no supe conservar por enamorarme de otra chica más joven, por el cariño extraviado de unos hijos para los cuales nunca tenía tiempo de atenderlos y quererlos como ellos me pedían a cada rato, por todas esas oportunidades grandiosas que tuve para ser feliz en el transcurso de mi existencia, y que yo estúpidamente, deje ir por estar cegado en mi efímera juventud y mi pretenciosa percepción de que iba a ser importante para siempre. Nada es para siempre; nada es eterno.

Todo eso lo perdí; todo lo que amaba y no sabía que amaba, pero que ahora, en este triste domingo, sentado frente a una taza de café, y leyendo un periódico repleto de noticias que ya no me importan para nada, recuerdo con dolor, porque lo que uno ama se pierde si no se sabe conservar y amar a la vez.

Extraño mi niñez. No era responsable de nada, y reía, jugaba, correteaba, hacia maldades, besaba a la niña que me gustaba a escondidas, detrás del salón de clases de la maestra de ciencia, todas esas situaciones y personas que delinearon el rumbo que luego yo tomaría en el camino de la vida.

Porque todo te marca, eternamente, aunque no quieras reconocerlo. Todas las personas y situaciones por las que hemos atravesado definen nuestro ser, nuestro yo, nuestra percepción de lo que es la vida, y nos trazan en ese momento el recorrido que debemos seguir por la vereda de nuestra existencia, de nuestro destino, y cuando queremos darnos cuenta, estamos sentados tomando un café, solos, y leyendo un insulso periódico, en una triste mañana de domingo.

Lo tuve todo, y así mismo lo perdí todo, y rápidamente. Y lo perdí, porque no supe valorar lo que tenía entre mis manos y lo dejé escapar. El amor de mi familia, el respeto de mis amigos y compañeros, el cariño de mis fallecidos padres, todo, pero todo, se extravió en aras de cosas más importantes que nunca llegaron, y de ambiciones sin medida que puse por encima de lo que realmente importaba en mi vida: el amor de los míos.

Ahora, que me encuentro solo, triste y vacío, en esta inmensa habitación de mi llamada residencia, porque dejo de ser hogar hace muchos años, es que reniego de mi existencia porque fui cobarde para no admitirlo, porque fui un pésimo esposo y padre, porque me convertí con el tiempo en una máquina de generar dinero sin importarme nada, y porque no supe retener lo que verdaderamente contaba para ser feliz.

Quisiera retroceder en el tiempo, no volver a cometer todos esos desaciertos que me hundieron en la soledad en la que ahora me encuentro, pero ya es tarde para redimirme de mis pecados. Ya pronto mi vida terminará en este mundo, ya mi corazón dejará de latir en poco tiempo, porque ya no fui capaz de sobrellevar mi existencia vacía, y me entregué por completo a la soledad, donde no existe la esperanza de un mejor amanecer.

Ya no me importa. Ni tampoco lo anhelo. Mi mejor amanecer ya pasó cuando decidí vivir una vida simple, pero a costa de mi felicidad.

Una felicidad que ya nunca podré tener. Quizás en otra vida…

Peter R. Vergara Ramírez
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Peter R. Vergara Ramirez, nacido en New York, pero residente desde 1967 en Manati, Puerto Rico. Posee un Bachillerato en Justicia Criminal, y prosigue estudios, actualmente, conducentes a una Maestría en la misma rama en la UNE de Barceloneta. Autor de 5 novelas. Desde pequeño soñaba con adentrarse en la rama de la psiquiatría, pero por circunstancias de la vida tuvo que comenzar a laborar a temprana edad, frustrando sus sueños de ser un médico reconocido en el campo de la conducta humana. Cuando su madre enferma de cáncer del pulmón en el 2000, y mientras es tratada por tan aciaga enfermedad en Estados Unidos, es que siente en su interior el deseo ferviente de escribir, de plasmar por escrito lo que estaba sintiendo en esos momentos tan tristes, y ahí es que nace Susurros Mortales 1, El Comienzo, su primera novela publicada en Estados Unidos. Luego vendría su segunda novela, Susurros Mortales 2, Ángel de Piedad, y que será publicada ahora en septiembre del 2016, y luego, una vez regresa a Puerto Rico, escribe esta obra de ficción pero acorde con el momento actual, titulada Al Final del Abismo, desarrollada completamente en su ciudad adoptiva, Manatí, y que trata sobre temas actuales en nuestra sociedad, y la superficialidad rampante en la que actualmente vivimos en nuestro Puerto Rico y en la mayoría de las naciones alrededor del mundo. Actualmente se encuentra desarrollando la tercera parte de la saga Susurros Mortales, la que espera publicar próximamente una vez culmine la publicación de las dos primeras partes, todas en español. Son historias bien escritas en su narrativa, aquí nadie bosteza ni se duerme, y mantiene al lector en un estado de suspenso todo el tiempo; siempre esperando por más. Fueron noches sin dormir, amaneceres pegado a la pantalla de mi laptop, días en que surgieron en muchas ocasiones el famoso bloqueo del escritor, en que aunque deseemos seguir escribiendo, la mente, el corazón, y también la inspiración, se esconden en la cueva oscura del vacío mental, y es en estos momentos cuando descubrimos, sacamos, esa fortaleza para seguir adelante y culminar nuestra obra. Al Final del Abismo, al igual que las otras cuatro novelas, se encuentran en formato Kindle ebook y papel o impreso en Amazon, alrededor del mundo. Actualmente casado con Lynette Martínez, una mujer maravillosa que es la luz de su vida. Residen en Manatí, Puerto Rico.

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